Mucho ha cambiado la fisonomía de esta calle en el transcurrir de los años. Se ha pasado de un barrio popular de obreros y artesanos, con sus calles de suburbio habitado por traperos y cazadores furtivos de la cercana Dehesa de la Villa, vecinos de vidas oscuras y tristes como los personajes malditos de una novela social de los últimos años veinte, a una más que concurrida avenida que hace las veces de zona de transición hacia esa ciudad de los negocios, plagada de oficinas de alto standing y restaurantes de comida rápida.
En su larga extensión, y desde las pequeñas, modestas y hoy casi desaparecidas casas de vecindad iniciales (que como máximo tienen tres alturas), hemos pasado a modernas y abrumadoras torres de decenas de pisos. De populares mercados como el de Maravillas - situado en los comienzos de la calle, una vez se ha dejado atrás la glorieta de Cuatro Caminos - a tiendas de cadenas comerciales multinacionales.
La calle lleva el nombre de un político casi olvidado hoy, pero que protagonizó trascendentales decisiones en la construcción del Madrid del siglo XIX. A Juan Bravo Murillo debemos la importante obra de la canalización que lleva agua a Madrid desde el río Lozoya mediante el conocido popularmente como Canal de Isabel II. Una estatua recuerda hoy a este ilustre personaje, alzada en la cercana calle de Cea Bermúdez, frente a su obra del Canal, después de haber estado muchos años ubicada en la glorieta de Bilbao
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